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FLORIANO MARTINS DESPIDE A MADARIAGA

 

Traducción y nota de Rodolfo Alonso

  

El domingo 24 de septiembre, con el alba, un sacudón de entrañas nos hizo saber que habíamos perdido, físicamente, a uno de nuestros más queridos y viejos compañeros: Francisco Madariaga. Nos habíamos conocido en el tiempo de nuestra primera juventud, rodeando a los dos movimientos poéticos de vanguardia que florecían en Buenos Aires a comienzos de la década de los cincuenta. Pero lo más importante para el casi adolescente que yo era todavía, por entonces, fue sentir encarnada la presencia del candor humano que sólo puede entregarse a la poesía. Madariaga siempre fue fiel a ese candor, porque en realidad era ese candor. Su inocencia de fondo se reflejaba en la sobria limpidez de su trato tanto como en el encendido fulgor de sus textos. Y si hay algo que uno no puede traicionar es el compromiso ineludible fundido con esa primera mirada, hondamente inocente, a la inocencia abismal de la poesía. Por eso la primera respuesta al encantamiento de su muerte, por mi parte sólo pudo ser el silencio. Y un silencio incluso enfurruñado, resentido, rencoroso, como si la muerte se hubiera atrevido a agredirnos en el más íntimo hontanar de la vida esencial, rumorosa y orgánica. El más hosco silencio fue nuestra respuesta instintiva ante el hueco irreparable de la ausencia de su temple y de su altura. Un silencio que no nos llevaba a ningún lado. Un silencio que nos encerraba también en su círculo infranqueable de dolor.

            Pero no puede ser ése el resultado, la consecuencia de una vida y una obra como la de Francisco Madariaga (1927-2000). El feraz mestizaje iberoamericano de sus mundos, sus palabras y sus sangres no podía dejar de seguir floreciendo a pesar del riguroso percance de su muerte. Y el milagro de la inocencia militante empezó a manifestarse desde ese mismo domingo 24 de septiembre. (Y no es casual que el primer gesto del cual nos enteremos sea el de un poeta brasileño. Y del Nordeste, de Ceará. Y que sus iniciales sean idénticas.) Ese mismo día Floriano Martins, director de Agulha, sentía surgir de su pluma y de su instinto en la bella y fecunda Fortaleza de inmensas playas agrestes enfrentadas -bajo cielos enormes- con el inmenso mar americano, el texto tan revelador que nos hemos permitido traducir a continuación. Aquí el dolor pudo con el silencio y, con entereza, con entusiasmo, con grandeza, pudo extraerse vida de la muerte, pudo pensarse más allá de las mezquinas miserias acaso literarias y entroncar la inocencia raigal de Madariaga en el aire abierto del mundo iberoamericano adonde sin duda pertenece. Y donde, gracias a él, quizá los adormecidos argentinos, y muy especialmente nosotros, los de Buenos Aires, seamos capaces de despertar al violento y exigente sol de la vida, el mestizaje y la poesía que ninguna muerte podrá nunca derrotar.

 Rodolfo Alonso

 

 

 

Acaba de morir Francisco Madariaga. Lo sé, podría ser uno de nosotros, y nadie

relacionaría, o igualaría. Cocimiento, hervor, sobriedad. Pero fue uno de nosotros, y

el aceite continúa burbujeando en la cacerola. Nos llevábamos bien. Lo entrevisté

hace más de 10 años. Era un poeta admirable y el último baluarte del

grupo de Pellegrini, la vanguardia surrealista en todo el continente,

exceptuando casos aparte, como en Puerto Rico, en Panamá y en Ecuador. Pero

allí, en Buenos Aires, había un grupo constituido. Más allá de esto. Madariaga era

un poeta admirable, imagen entrañable, fuerte. Lo que los argentinos hicieron

hoy de su poesía es un testimonio de decadencia en relación con lo que poetas como

Molina y Madariaga avanzaron. Y olvidaron atemperar eso con la gente de

Poesía Buenos Aires. Y así llegó la... basta. Tengo dolor. Tomo una cerveza.

Tengo dolor. Muere lo que tiene que morir. Eso no cambia nada. ¿Pero muere

siempre el artista? ¿Cuándo es que muere el bandido en ese filme? ¿Qué garantiza

///         la

longevidad del bandido? Sabemos una cosa: nada pasa entre vida y muerte,

absolutamente nada. Madariaga fue uno de esos poetas empeñados en tener la

memoria de lo vivido como fuente perenne de la poesía, y localizaba su memoria en

///         la

transpiración de su vivencia en un estero, en el charco de su ciudad de

origen. Así supo mezclar las aspiraciones surrealistas al espacio vivido.

Entre todos aquellos poetas que supieron fundir una perspectiva surrealista

de origen a su aclimatación en tierras del Nuevo Mundo. Estéticamente, al lado de

Enrique Molina y Olga Orozco, fueron los poetas que mejor realizaron esa

fusión. Claro, la muerte de un poeta no quiere decir nada. Muere y pronto. No

lleva consigo su obra. Nadie se libra de ella tan fácil. Están muriendo,

también, todos los grandes poetas, y desgraciadamente no sabemos si están

naciendo poetas a la altura de ellos. Lo que nos lleva a pensar a partir de la noticia

de muerte de Francisco Madariaga es que muere un poeta tan vecino nuestro y

apenas sabemos de quien se trata. Los brasileños desconocen tan

profundamente lo que pasa detrás suyo que anunciar la muerte de Francisco

Madariaga es algo tal vez más estratosféricamente distante que anunciar el

registro en archivo de una estrella descubierta al acaso en otro sistema

solar. Cuando pienso en la muerte de Francisco Madariaga no lo hago naturalmente

en términos de exequias, sino antes angustiado por el hecho de que no percibimos

la importancia de lo que hay allá afuera y de lo que hay aquí adentro. Somos un

///         mundo

cerrado, que se comunica apenas con su soberbia, una tierra mínima donde no

se puede imaginar un milagro que la recupere de su desventura programada.

Cuando muere un poeta muere apenas una tajada mínima de esperanza en la vida.

///         Los

poetas no representan casi nada. Unos desgastados en alucinación y

transgresión. Ven lo que nadie ve, reclaman de lo que parece en orden. Son

unos tontos. Así vamos. Todo está bien en los acuerdos entre nuestros países, en la

vida movida a votaciones en congresos, en el recorte de las relaciones arbitrarias

entre poesía y sociedad. El mundo está bien. Acaba de morir Francisco

Madariaga. Podía ser cualquier otro argentino o un brasileño. ¿Quién se da

cuenta de la muerte de un poeta? Todo está bien. Nuestras sociedades,

latinoamericanas, se están permitiendo una falencia gratuita, una segunda

conquista europea. Y no será más europea, porque la percepción de tierras

(espacio/tiempo) a ser ocupadas hoy extrapola viejas condicionantes

geográficas. Todos los días muere un poeta. El Brasil ya enterró con samba a varios

de los nuestros. En la muerte de alguien importa siempre el dolor de quien queda, su ///   poder

de recuperación delante de una ausencia fundamental. La muerte de Madariaga me

permite preguntar: ¿cuánto tiempo más quedaremos Brasil y Argentina sin

dialogar profundamente acerca de nuestra tradición literaria? ¿Cuántos

brasileños saben de la importancia de un Francisco Madariaga? ¿Y qué

conocemos de la poesía uruguaya, colombiana, venezolana, paraguaya, tan

vecinas? Viviremos en la más absoluta condición de aislamiento, de manera que

no tenemos razón en reclamar de imperialismos de especie alguna. Somos una

suma de provincias, singlando siglos, cuyo resultante es el estado

policial en que socialmente nos encontramos (democracia con

obligatoriedad de voto etc.). ¿Qué potencial político tenemos hoy para ofrecer

a nuestros hijos? ¿Qué sociedad estamos produciendo? Viejas flámulas de

discurso, claro. El molde es siempre el mismo. ¿Sin embargo qué imprimimos a partir

de él? ¿Cuando decae toda una expectativa de medallas en lo tocante a un país, en ///      el

caso de las Olimpíadas de Sydney, esto acaso no refleja la posición actual que

vive ese país? ¿Qué relaciones pueden existir entre los departamentos de

investigación científica y deportes en las universidades brasileñas, este es el punto

que merece reflexión. O mejor: el país refleja tanto, según sus

catedráticos, y no reacciona en nada. Siempre me pregunto si no llegan a

ninguna conclusión o si acaso siempre son cooptados para no revelar los

orígenes discutibles de sus cargos y consideraciones de alto saber. ¿Por dónde

anda un país? ¿De quién se esconde? ¿Por dónde no quiere ser visto? ¿Con quién

anda? Por alguna razón la muerte de Francisco Madariaga me lleva a pensar en

todo esto. Brasil y Argentina ya fueron acusados de comprometer una unidad

latinoamericana. Sé que esto ocurrió, y que México es cómplice de tal

situación. Este asunto merece una explicitación mayor. Pero obligatoriamente

tendrá que encontrarse con su raíz, la comprensión de que tenemos una

condición social que necesita ser discutida con igualdad de perspectivas. Fuera de     ///            ese

ángulo, seremos siempre los mismos idiotas de siempre. Y no tendremos por qué

lamentar la muerte de Francisco Madariaga.

 

                                                                        Floriano Martins

 

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