Escritos sobre Poesía
Gianni Siccardi
La flecha y el blanco
La lógica de la poesía es inflexible. Tiene una sola cara porque es
individual. Sería trágico que un texto de prosa guardara un significado
distinto para cada lector: un mundo así estaría lleno de peligros. Pero sería
más trágico aún que un poema significara lo mismo para todos. Un mundo así
sería verdaderamente inhabitable, asfixiante: el triunfo definitivo de la
sociedad de masas. La prosa se adapta a cada lector para significar lo mismo
para todos. La poesía es exigente. El lector de poesía es alguien que accede
al reclamo de adaptarse a la lógica del poema. Y el esfuerzo -el implicarse en
el poema- tiene su compensación, allí el poema le descubre un sentido
personal, único, para cada lector y -más aún- un sentido para cada lectura.
La prosa supone un arquero y un blanco. El escritor estira su arco, apunta
cuidadosamente y lanza su flecha. El buen prosista da en el centro del blanco.
Tanto el escritor como el lector ven el blanco, ven la flecha, su trayectoria y
su destino. La poesía supone un arquero pero no supone un blanco.El poeta
estira el arco y apunta hacia el espacio y el tiempo. No hay un blanco visible:
la flecha se dirige hacia el infinito, hacia la eternidad. Su destino es
el absoluto. Por eso para la gente de buen sentido el poeta parece ser un tonto
que derrocha su vida lanzando flechas que van a no se sabe dónde, a ningún
sitio útil. La gente de buen sentido no ve el destino de la flecha , para ellos
la flecha se pierde en la nada. Pero el poeta no derrocha su vida. Él lanza su
flecha con una enorme fe. "Adiós, adiós", le dice. El sabe que allí
donde caiga la flecha estará el blanco. Porque el infinito no puede medirse. No
es que sea más grande o quede más lejos que todo lo conocido o imaginado. La
eternidad no es más grande que algún tiempo. Cuando se apague el sol, cuando
se apague la última estrella de la última galaxia, ¿seguirá existiendo la
eternidad? La eternidad es cuando se detiene el tiempo. Se detiene el tiempo,
dejan de suceder cosas; y bien, esa es la eternidad. El lector de mirada pura,
aquel que se implica en el poema, sigue la trayectoria de la flecha hasta que
cae y -entonces- descubre el blanco. Porque allí donde cae la flecha, allí está
el blanco.
El poeta y el pescado
Gianni Siccardi
Se ha dicho que para el poeta es claro aquello que es oscuro para los otros. Yo
creo que para el poeta es oscuro lo que es claro para todos. El poeta busca lo
que todos ya han encontrado.
El hombre común
da por sentado que hay cosas importantes y cosas futiles, inútiles. El poeta no
da nada por sentado; él no es un hombre de buen sentido. El poeta es alguien
que no sabe, y desea saber, imperiosamente. No sabe qué cosas son importantes,
está en estado de disponibilidad. Quizá descubra que algo de enorme
trascendencia se produce cuando escucha la noche; quizá comprenda que la tierra
no seguirá girando a menos que él encienda la lápara del día; quizá decida
ser un transeúnte por el filo de lo imposible; quizá cante la plegaria
de la vida, quizá cante el salmo de la muerte; quizá detenga el sol para
alimentar la fuente de las palabras ardientes; quizá ponga a rodar la piedra de
la aventura; quizá rompa el cántaro de la leche natal del amor; quizá tome en
sus manos el corazón profético de la amistad. Podrá hacer esto o aquello pero
jamás dará nada por sentado, jamás será un hombre de buen sentido, porque
para él es oscuro lo que es claro para todos.
El hombre común va al
mercado y compra pescado. Se lo colocan en una bolsa de plástico y se lo
envuelven con papel de diario. El poeta, camino de su casa, deshace el paquete,
alisa la hoja de diario que ha sido arrugada en la pescadería, y encuentra la
palabra "humedad". Y esto es bueno porque recién entonces
-después de tanta búsqueda- descubre que es el llanto de Dios lo que humedece
los cabellos de las víctimas inocentes. Esa misma mañana varios miles de
personas han llevado a sus casas un pescado envuelto en una hoja de diario y no
han logrado descubrir nada -sin embargo- acerca de la disposición de ánimo de
Dios respecto a las víctimas inocentes. Este hallazgo refuerza en el poeta la
idea de que no es conveniente dar por sentado que el pescado es lo importante y
el envoltorio lo secundario.
Ahora bien, enterados de
este hecho, algunos vecinos con pretenciones literarias han decidido que lo
importante no es el pescado sino el envoltorio y han instituido la costumbre de
leer cuidadosamente todo lo escrito en los envoltorios de sus compras. Ignoran
que el poeta, unos días después, ha comprado una vez más pescado y ha vuelto
a su casa con el paquete intacto, sin dirigir ni una mirada a esa hoja de
diario. Es que en esa ocasión se ha dicho: un poema ronda mi cabeza, no es
bueno que lea ahora el diario ya que esto ahuyentaría el perfume de esas
palabras. Pero un vecino se cruza con él y advierte que no ha deshecho el
envoltorio, y piensa: un holgazán, sin duda, tendría que estar leyendo esa
hoja para encontrar la palabra necesaria para su trabajo, porque ahora todos
sabemos que es más importante el envoltorio que el pescado.
Entre tanto, el poeta
sigue su camino, oyendo sin escuchar, viendo sin mirar. Ha olvidado
completamente lo que lleva en la mano. Está convencido de que ni el pescado ni
su envoltorio tienen la menor importancia.
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